Durante el auge del turismo de la primera década del presente siglo en Argentina, me encontré al frente de la Dirección de Aprovechamiento de Recursos de la Administración de Parques Nacionales, el área con competencia en la organización de las actividades comerciales, la búsqueda de nuevos ingresos, la promoción del equilibrio entre usos, beneficios institucionales y locales, y de la minimización de los posibles impactos asociados.

De la mano de una significativa proporción de visitantes extranjeros que deseaban conocer un país agreste con enormes atractivos naturales y de prestadores que venían enfocando sus ideas con novedosos criterios que se alejaban de productos tradicionales enlatados y repetitivos, que atravesaban la naturaleza sin conocer otra cosa que sus paisajes, un conjunto de agentes institucionales aportó a la innovación, desde muchos ámbitos: intendencias, direcciones regionales, de obras y de conservación, el directorio y ciertamente desde otros espacios menos esperables y no menos necesarios.

Estos procesos me hicieron aprender que las construcciones colectivas son muy valiosas, aunque cueste tanto coordinarlas y sintetizar resultados. El paradigma previo cambió, las prestaciones se multiplicaron y los procedimientos y previsiones fueron evitando impactos negativos.

Para el año 2005, se editó «El Turismo en los Parques Nacionales. Un puente entre la gente y la conservación» una publicación con cinco artículos que abordaban temas clave del momento, vigentes hoy, que a la vez pretendían escapar de los paradigmas dominantes previos en las áreas protegidas nacionales, un poco desarrollistas, un poco socioambientales, un poco planificadores y participativos, pero no mucho de cada uno ni muy conciliados entre sí. Fue presentado en la Feria Internacional de Turismo de ese año.

Mi artículo se titula: ¿Es el turismo una actividad ambientalmente sustentable?